20 de marzo de 2015

El solitario

Cuento


El solitario


Desde muy pequeño José tuvo problemas de relación con el resto del mundo, ya en el colegio primario recibía la burla de sus compañeros y era el tema de todas las bromas.
Acostumbrado a esa situación fue convirtiéndose en un observador de todo lo que lo rodeaba tratando de permanecer invisible.
Así fue armando su mundo protegido de la agresión externa que la realidad le propuso desde su niñez.
Como un designio imposible de cambiar, encontró rechazo como respuesta a cada intento de socializar.
La adolescencia fortaleció su posición, varios conocidos pero ningún amigo verdadero eran los acompañantes ocasionales con los que compartía las salidas propias de la edad.
Nunca pudo mantener una relación con el sexo opuesto que superara el segundo encuentro.
La resignación parecía ser la única alternativa posible y la observación crítica su relación con el mundo.
Esa mañana despertó con la idea de cambiar rotundamente la actitud, como todos los días tomó en subte rumbo a su trabajo, era su cumpleaños numero veinticinco y como todos los años esperó llamadas que nunca llegaron. Consideró que un cuarto de siglo había sido demasiado tiempo desperdiciado observando al mundo sin participar ni disfrutar de sus bondades.
Aunque siempre había intentado integrarse esta vez tenía un mayor entusiasmo, los años de observación inteligente le daban una ventaja sobre el resto y utilizándola apropiadamente lograría su cometido.
Sabía que la presencia era de suma importancia para la aceptación social por lo que dedicó algunos días a renovar su vestuario, corte de pelo y adquirió el costoso perfume de moda.
Como era viernes, se dirigió a un local de baile y ya instalado en la barra comenzó conversaciones intrascendentes con los concurrentes.
Observando el entorno desde una posición superior, notó que inmediatamente comenzaba a encajar en el casual grupo.
No comprendía como una situación tan simple, que ahora manejaba, le había resultado imposible de superar durante tantos años. Esto lo enfureció pero logró controlarse continuando con su actitud socialmente aceptada.
Las horas fueron pasando, él ya pertenecía al grupo divertido y se movía por todo el lugar con amplia libertad y soltura.
En un rincón notó que una retraída joven trataba de pasar desapercibida y acercándose a ésta, comenzó una trivial conversación.
- Me gustaría que todos la pasáramos bien, té noto muy triste y solitaria -.
- ¿Qué té pasa boludo?. Si querés curtir, sé directo. Dijo la retraída joven mientras prendía un cigarrillo.
Por un momento sintió que el rechazo nuevamente lo había alcanzado pero sobreponiéndose, se sentó y pasándole el brazo por el cuello le colocó un beso francés y prolongado.
Durante algunos minutos continuaron intercambiando saliva y juegos de manos sin pronunciar palabra.
Reflexionó sobre el momento, la situación le parecía absurda y grotesca, se encontraba participando de un juego promiscuo al que siempre había aspirado pero que lo hacía sentir masificado y no lo gratificaba.
Quería modificar las reglas de juego y para ello salir del lugar se hacía imprescindible. Su propuesta no se hizo esperar.
- Vamos a otro lado, un lugar más tranquilo e íntimo -.
- ¡No, yo me quedo!, ¿ Por qué no vas a tomar algo y te refrescas un poco?.
- Está bien -. Respondió mientras se paraba rumbo a la calle.
Al retirarse del lugar un pensamiento lo perturbó, veía en esa mujer la representación de todas sus historias de rechazo, las bromas de sus compañeros de colegio, el olvido, la falta de atención de sus padres, su propio desprecio. Y la odió con todo el rencor acumulado durante largos años.
Esperó pacientemente a que saliera la mujer y manteniendo una distancia prudencial la siguió por varias cuadras. La adrenalina iba aumentando a cada paso, la calle se encontraba totalmente desierta y oscura, ese era el momento esperado.
Tropezó con una botella de cerveza, la recogió y comenzó a correr hacia la desprevenida y ebria víctima, al llegar hasta ella y sin detener su carrera, golpeó con todas sus fuerzas la cabeza de la mujer que cayó sobre la vereda quedando boca abajo sobre un charco de sangre.
Continuó su carrera hasta perderse en la esquina aminorando la marcha y retomando la respiración. Se sentía bien, en la avenida tomo el primer colectivo y desapareció sin rumbo definido.
Poco le preocupaba el estado en que pudiera haber quedado esa chica, si estaba muerta o herida.
Al llegar a su domicilio tomó una ducha, comió algo y se acostó a dormir satisfecho por lo acontecido durante la noche.
Por la mañana observó los distintos informativos por televisión, no escuchó la noticia esperada. Seguía siendo ignorado, invisible, pero esta vez eso aumentaba la ventaja.
Continuó su vida en la forma acostumbrada y solitaria, agregando a la rutina esporádicas salidas.
Del viernes en que sucedió aquel incidente habían pasado varios meses y ya lo tenía en el olvido. Aunque nunca indagó el real daño provocado, supuso que no habría sido demasiado por la falta de trascendencia y con morbosa curiosidad regresó al lugar.
Allí trató de averiguar en la barra sobre el suceso, sin preguntar demasiado.
- ¿Cómo se pone el boliche, es tranquilo?
- Más o menos, hace unos meses se la dieron a una piba. Le reventaron la cabeza con una botella –.
Comento el encargado mientras le completaba la segunda copa.
- Que joda, hay cada loco suelto -.
- ¡Suelto no!, Lo agarraron esa mañana con la botella en la mano, gritando el nombre de la piba y llorando sobre el cuerpo. Era el novio, negó todo, pero marche preso. Un tema de celos, la mina era muy rápida, esa noche había estado apretando con un tipo nuevo en el boliche, trataron de localizarlo pero no apareció más-
En diez minutos se había enterado de todo, su interlocutor hablaba hasta por los codos y seguramente le había caído simpático o estaba muy aburrido. La tercer copa fue de cortesía.
Sintiéndose protegido por el anonimato, trató de integrarse a la diversión y como se encontraba alegre por el alcohol, se comportó de forma tal que recibió la aprobación de los concurrentes.
Ya entrada la madrugada salió del local de baile con una casual acompañante dirigiéndose a un hotel de la zona.
Al llegar a la habitación continuó con los juegos amorosos intentando concretar la relación y fracasando en varias oportunidades.
- Esa la primera vez que me pasa -. Dijo algo nervioso.
- Está bien, le puede pasar a cualquiera, no tiene importancia –. Le respondió su casual acompañante, mientras contenía una notoria sonrisa.
- Es cierto nunca me había pasado, yo soy un tipo muy viril -.
Al escuchar esta última frase la contenida risa se liberó estridentemente.
- ¡Dejate de joder!, Necesitas una grúa y un par de ballenitas -.
En ese momento sintió que la adrenalina lo invadía y abalanzándose sobre ella comenzó a golpearla con incontenible violencia haciéndole perder el conocimiento, por varios minutos siguió el castigo sobre la cama, luego la arrastró hasta el baño y continuó golpeando su cabeza contra el piso hasta completar definitivamente su propósito.
Se ducho y esperó pacientemente el momento oportuno para salir del hotel sin ser visto y perderse entre la gente.
Todo funcionaba en la forma esperada, los días iban pasando sin novedades ni alteraciones, estaba tranquilo, muy contento comenzó a vestirse y perfumarse para ir a bailar. Era viernes por la noche.

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